La fotografía de David Campos titulada Atroque, del año 2013.
Contraportada,  Diario de León,  El Retrovisor

Más pantanos

En esa difusa patria de la niñez que todos llevamos dentro siempre hay algunos paisajes imborrables. Ahora que dicen que vuelven a construir pantanos, yo recuerdo con mucha intensidad las tardes de pesca con mi primo Miguel.

Sabíamos que a los bermeyos y a los carpinchos les gustaban las morucas, así que llenábamos un bote grande de ellas y salíamos en bicicleta hacia el campo con dos cañas apuntando al sol radiante del verano como dos caballeros andantes. Recorríamos la vega de Carrizo a través de un mapa de ríos, riales, regueros y regatos donde nunca faltaba un lugar donde echar el anzuelo. Algunos lugares eran imprescindibles: la Forera, las presas de las Candarias o aquellos regueros de las Huergas, junto a unos prados comunales desde los que nos contemplaban lánguidos algunos de los percherones del pueblo.

Claro que yo entonces era muy pequeño y no podía imaginarme lo añejo de aquel paisaje que estaba destinado a acompañarme el resto de mi vida. Durante siglos los habitantes de la Ribera del Órbigo labraron ese laberinto de agua por el que nos movíamos; limpiaron regueros, construyeron puertos, organizaron las moderas y los usos del riego. Trabajos que obligaron desde siempre al entendimiento, no solo entre los miembros del lugar para acometer aquellas labores que necesitaban de todos, sino también con los pueblos vecinos. Recuerdo mi primera visita a la Chancillería de Valladolid; allí pude comprobar que aquellos archivos rebosaban de pleitos antiguos entre concejos leoneses por los derechos del agua.

Digo que ahora que vuelven los pantanos recuerdo bien todo eso. Y es que controlar el agua es poder. Antiguamente, y aunque a menudo la propiedad de las presas era de señores o monasterios, aquella miriada de comunidades de aldea solían disponer del agua con relativa libertad. El cambio llegó a partir del siglo XIX. Con las desamortizaciones, muchos de los terrenos comunales, a menudo destinados para pastos, se convirtieron en tierras particulares destinadas a la agricultura de productos industriales. La presión sobre la tierra hizo que aumentara la demanda de agua y que disminuyeran las manos que las trabajaban. Y la puntilla la dio el Estado con los embalses y canales. Cambió el paisaje, las fincas aumentaron, muchos se hipotecaron. Y los demás se fueron.

Ahora nos dicen que la solución al éxodo pasa por seguir aplicando las mismas políticas que nos llevaron al desastre. Curiosa medida. Y todo justificado en nombre del dios del Progreso, ese dios del Antiguo Testamento que a nuestra tierra ha traido las siete plagas de Egipto.

Vuelven los pantanos, otra vez. Seguirán inundando nuestro pasado. Y aquellos que quedemos volveremos a pescar, pero seguramente tiraremos el anzuelo en una plomiza masa de agua en la que yacerán nuestros recuerdos y nuestra memoria.

Publicado originalmente en el Diario de León