Hay canciones que podrían estar sonando siempre. Canciones que gustan a casi todo el mundo. Canciones que nunca pasan de moda y que podríamos estar escuchando sin parar durante horas. Hay canciones que nos acompañan siempre y despiertan en nosotros algo que nos conecta con la vida. Y por eso no queremos soltarlas. Pienso en esto mientras escucho esa canción de Franco Battiato, Voglio vederti danzare, que el místico italiano hizo tan famosa en español con el título de Yo quiero verte danzar.
Y lo pienso, tal vez, por este sol que ahora sale por todas partes. Y por la primavera. Y por todas esas escenas que esa canción despliega. Seguro que todos la conocen. Por la letra giran sin parar los derviches turcos de vueltas hipnóticas e infinitas. Bailan, en verbenas irlandesas, ancianos al ritmo endemoniado de sus reels y de sus jigas. Los zíngaros del desierto y los balineses en día de fiesta. Los gitanos búlgaros agarrados sudando a sus trompetas. Bailan, junto a los Alpes, bailarines de valses circulares por praderas de fiesta y de sol.
Cuando escucho la canción hay algo que me lleva más allá de esas escenas. Creo que, en realidad, todos somos esas escenas. Hay algo que late en nosotros que nos lleva a celebrar y que nos impulsa más allá de nosotros mismos. Somos fiesta cuando nos encontramos, cuando giramos en corro alrededor de todos esos acontecimientos que nos recuerdan que estamos vivos. Es algo tan nuestro como nuestras catedrales y nuestras fábricas.
Vivimos en torno a la fiesta. Durante todo el año trabajamos por y para ella. Alrededor de los colores de los pendones se levantan muchos brazos que los sostienen. Muchas asociaciones están detrás de las de las tascas de las verbenas de verano. Gente que durante todo el año prepara la Noche Templaria de Ponferrada, la Fiesta de Astures y Romanos en Astorga, fiestas de carros engalanados, los antruejos y los bailes con horas de trabajo que se esconden tras de ellas.
Pienso en todo esto cuando escucho que ahora la Junta ha decidido celebrar los Comuneros por todas las ciudades de Castilla y León, que parece que la fiesta no prende. No sé, creo que no hace falta ser ni leonesista ni nada para darse cuenta que las fiestas no son eso. La gente ya mira la cosa de soslayo. Y volverá la indiferencia, seguro. Esta vez nos traen la impostación a la puerta de casa y, claro, de cerca todavía se le ven mejor las costuras. Hay algo que a todos nos hace sospechar cuando se nos impone. La legitimación del poder, el pan y el circo. Cuando nos traen los regalos así es como si nos las trajeran los marcianos. Seguro que algo quieren a cambio.