Otro año vuelven ciertos sectores del leonesismo con lo de los héroes del 24 de abril.
Debido a nuestro confinamiento, no estamos precisamente para que se produjera la situación por la que un forastero se pasease por nuestras calles y nos preguntase por el porqué de unas banderas leonesas con crespones negros que lucen en (no muchos) balcones de nuestra capital. Ni estamos tampoco como para que pudiéramos acompañarle y explicarle que se debe a que muchos creen que fue esta ciudad la primera en levantarse contra los franceses durante la Guerra de Independencia.
Pero si así fuera, probablemente ese amigo forastero nos contaría que no muy lejos de su lugar de procedencia se produce una reclamación parecida, que este o aquel pueblo dicen haber sido los primeros (siempre la importancia de llegar los primeros) de tan magno acontecimiento en la historia patria.
Hasta ahí todo correcto. Lo que seguramente llamaría la atención de nuestro amigo sería la persistencia en la reclamación después de que ha quedado sobradamente demostrada la falsedad de dicho acontecimiento.
El historiador Óscar González ya lo dejó meridianamente demostrado hace años en un artículo tan explícito como clarificador: “Mitos de la Independencia en León: el 24 de abril de 1808 y el Corral de San Guisán.”: lo producido aquel día fue una escaramuza más de las producidas por todo el reino aquellos días contra el ministro Godoy y a favor de Fernando VII.
Lo que vino después fue la construcción de un mito que llegó a nuestros días. Primero por una reclamación individual, la de uno de los protagonistas de los acontecimientos, Luis de Sosa, que trató de engrandecerlos deliberadamente en favor de su prestigio. Después, por la reclamación de una provincia (más bien por su capital) que trataba de encontrar su lugar glorioso dentro del relato que la historiografía española había apuntalado durante el siglo XIX. Un relato en el que la versión de la guerra europea contra Napoleón se convirtió, a través de los años, en un episodio incuestionable de liberación nacional que a día de hoy suscita más de un debate entre especialistas.
Ahí es donde quizás las dudas de nuestro amigo se nos trasladasen a nosotros mismos. ¿Qué es lo que hace que en esta tierra se sigan reivindicando acontecimientos anclados en una historia de España ampliamente superada por la historiografía actual?
Seguramente, la pregunta siga resonando en nuestros oídos mientras repasamos por las calles de nuestra capital otros “gloriosos” episodios leoneses: ecos de conquistas y reconquistas, de cien imperios y de cien doncellas, de cálices antiguos y códices que se deshacen, de ecos que, a menudo, no resuenan más allá de sus viejas murallas. En los últimos tiempos ha tenido ocasiones el pueblo leonés de demostrar que es un pueblo vivo. Sin embargo, sus símbolos, desgraciadamente, siguen apoyados a menudo sobre símbolos que agonizan lentamente ante nuestros ojos.