Leo en la recopilación de Leyendas de Tradición Oral en la provincia de León, de José Luis Puerto: «En todas las tradiciones orales de carácter popular, hay un tipo de mirada. Es una mirada que pareciera corresponder a la infancia del mundo».
Y siento que tengo que escribir algo sobre este verano que se nos marcha.
Dani y Aleix suben por el camino de Couso. Podrían estar girando sobre sí mismos en el pueblo, con los pies desnudos sobre el cemento. Podrían estar esperando la lluvia que destiñe los tejados de pizarra, esperar a que las nubes destronen a los rayos oblicuos de un sol que ya sobrepasó la cúpula del cielo y que comienza su lento descenso hacia el otoño.
Pero suben a Couso.
La montaña, el camino que asciende entre los robles.
El verano aquí, en los pueblos de Cabrera, en los pueblos de León, como en todos los lugares olvidados por las concéntricas espirales de la acumulación capitalista, es un mapa que se encierra en sí mismo. Los caminos del tiempo no llevan a ninguna parte.
Es un tiempo perfecto, un tiempo que no conoce el paso del tiempo. Es como el verano de todos los adolescentes que, como Dani y Aleix, miran hacia lo alto de una montaña. Allá arriba hay cuevas de mouros y hay tesoros. La civilización se escurre por las regueras y vallinas como las lágrimas de un dios maldito.
¿Quién quiere mirar abajo, a los coches aparcados por las calles del pueblo, a los contenedores en los que se acumula la basura de los veraneantes?
¿Quién quiere volver al curso y al manual, al horario marcado por la rigidez y por el timbre?
Hay un verano del mundo que habita en estas tierras ajenas en buena medida a las luces y la razón de lugares lejanos. Un verano que enmudece y que late cada vez más silencioso, un verano antiguo de piedra antigua. Un verano que urde su tejido con la sangre de aquellos que vuelven sus ojos hacia el poniente y recuerdan que un día vivieron aquí, en otras carnes y otras manos.
Como en Juego de Tronos, el futuro en este lugar solo puede ser el invierno. Nos dicen que no hay más remedio. Y así debe de ser porque casi todos miran hacia la caída del sol cada tarde con la vista puesta en la muerte y en una espadaña silenciosa.
Pero hay algo que guarda en su interior cada verano: una verdad que resuena sin tiempo como el tañido de una campana. Un eco perpetuo. La razón eterna que se esconde en las leyendas y los cuentos.
Desde el mirador del Couso, Dani y Aleix ven alejarse en sus coches a los últimos veraneantes que regresan a sus ciudades a pasar el invierno.
Y piensan en las migraciones de las cigüeñas.
Y en péndulos incansables.