Algunos de los pasajes más apasionantes de la historia leonesa son también los más desconocidos. El que hoy quiero traer aquí ocurrió durante la Guerra de Independencia, en 1808, cuando las tropas francesas acababan de invadir España y Napoleón había metido en Bayona a toda la familia real para quitarles la corona y colocarla sobre la cabeza de su hermano José I.
Estos hechos son bien conocidos. También que cuando el Imperio español saltó por los aires se formaron las juntas. Claro, un reino sin rey no es nada. Así que ante el vacío de poder todos los territorios de la monarquía, tanto peninsulares como americanos, improvisaron esos órganos colegiados llamados juntas para mantener el orden.
Una de ellas fue la Junta leonesa. La ha estudiado bien el profesor de la Universidad de León Francisco Carantoña. Para muchos historiadores la clave de estas juntas es conocer su papel revolucionario, es decir, cuánto fueron capaces de cuestionar el orden monárquico anterior e imponer su propia soberanía. Y en esto parece que la junta leonesa tuvo un papel destacado, tanto que mostró autonomía suficiente como para firmar una alianza con el mismísimo Reino Unido.
La extensión de la provincia de León en aquella época apenas difería de la actual. Pertenecía a un órgano superior, la Capitanía General de Castilla la Vieja, que curiosamente coincidía en parte con los territorios de la actual Castilla y León. A su frente, el capitán general Gregorio García de la Cuesta hizo lo que pudo por mantener esa institución del Antiguo Régimen tratando de sujetar en ella a las juntas que se habían formado en su distrito. Sin embargo, la de la provincia de León se mostró más que reacia a asumir las órdenes de un sistema que empezaba a hacer agua por todas partes. Mientras reivindicaba la representación del Reino de León, la junta de la provincia solo aceptó integrar a algunos miembros de las juntas castellanas (incluyendo en ellas a las de Zamora y Salamanca) cuando los franceses avanzaron definitivamente por la meseta.
Su autonomía fue tan destacada que entró en negociaciones con las juntas de Asturias o Galicia, e incluso con Portugal. Y, tras declarar la guerra a Francia, envió a uno de sus integrantes, Luis de Sosa, a Gijón a entrevistarse con uno de los delegados del Reino Unido para solicitar ayuda. El resultado de esta entrevista fue una importante ayuda económica de casi cinco millones de reales y la visita a León, el 4 de julio, de dos representantes del gobierno británico que “manifestaron los vivos deseos que tiene S. M. Británica de auxiliar a este reino, y a los demás que procedan contra el enemigo común el Emperador de los Franceses”. Fue cuatro días después, y de espaldas a la autoridad oficial del capitán general, cuando la Junta leonesa acordó, de forma solemne, hacer pública la paz con el reino de la Gran Bretaña, mostrando con ello su independencia y el importante papel que iba a tener en la guerra que empezaba a abrirse paso. Pero eso ya es otra historia.