Cerca de Viana do Castelo, en Portugal, hay un lugar que tiene el sugerente nombre de Barroco. No es fácil encontrarlo en esa maraña de carreteras que recorren el norte de la fachada atlántica del país vecino, uno de los lugares con la mayor densidad de población de Europa, donde un concelho se superpone al siguiente y las freguesias se amontonan junto al mar como queriendo partir y arrojarse al horizonte con esa vocación marinera que han fraguado a lo largo de los siglos los portugueses.
Conduciendo por esas carreteras, me ha asaltado el topónimo a la vuelta de una curva. Barroco. Un lugar como cualquier otro de los que me encuentro en el camino, con sus casas de piedra y sus huertas cuajadas de parras y limoneros, pero que inevitablemente me trae a la mente el estilo artístico que, tras el Renacimiento, invadió Europa de formas forzadas y patéticas emociones.
Muchas veces, pasando las hojas de manuales de Historia del Arte, he leído cómo se repite con frecuencia que la palabra barroco viene del portugués, y que su significado es algo así como una perla de formas irregulares. Recuerdo, además, que no lejos de allí, tomando alguna de esas carreteras que se alejan de la costa hacia el interior del país, en un lugar llamado Arcos de Valdevez, ese lugar donde dicen que las aguas del río Vez se volvieron rojas cuando se enfrentaban los ejércitos de Afonso Henriques con los del monarca leonés Alfonso VII por la independencia del reino luso, hay un centro de interpretación del Barroco portugués. Y es que, en esta zona norte, quizás la más rica del país durante los siglos XVII y XVIII, es donde abundan los edificios de este estilo artístico.
Desconozco si el nombre del modesto lugar de Barroco, camuflado entre cientos de aldeas, unas iguales a las otras, tiene el mismo origen que el del estilo artístico, pero no deja de ser sugerente. La arquitectura portuguesa tiene la virtud de integrar lo culto y lo popular de forma admirable. Quizás sea por esa manera que tiene el granito de perdurar en el tiempo y labrarse lento, suavizando sus formas al ritmo de la lluvia y el viento, como el propio carácter portugués. Y es que uno recorre estos caminos rememorando que, en otros tiempos, la palabra país significaba otra cosa; el lugar cercano, el espacio hecho paisaje a fuerza de historia y medida del ser humano. Pocos sitios como Portugal para sentirlo, un lugar donde la palabra Barroco puede significar tanto un cultísimo estilo artístico como una anónima aldea colgada de la costa, frente a los impetuosos vientos del Atlántico.