Para salir del valle de Laciana a las altas tierras de Babia hay que cruzar el río Sil en el Puente de las Palomas. El río Sil nace en la comarca de Babia, pero por las características del terreno no discurre hacia el Duero, como todo haría pensar, sino que excava la roca y corre en sentido opuesto sintiendo la llamada del Atlántico. Cuando pasa bajo el Puente de las Palomas, ya ha formado un desfiladero de más de ochenta metros de altura.
Leo en el móvil sobre el puente poco después de cruzarlo, ya en la comarca de Babia, junto a unos pastos que pertenecen al pueblo de Piedrafita. A estas alturas del año, en las campas babianas, se empieza a sentir la primavera. Al entrar en la comarca, si uno baja un poco la ventanilla del coche, se oye rugir inquieta a una tierra que quiere reventar el paisaje de flores y de verde. A partir de esta estación, las vacas y los caballos serán los dueños de estas montañas. Una tierra que en otros tiempos fue dominio de la minería y hoy apenas encuentra en la ganadería una tenue alternativa. El paisaje es radiante, nada haría pensar que aquí, justo desde ese puente que acabo de dejar atrás, fueron arrojadas al vacío decenas y decenas de personas en los años del granito y de la guerra.
Para salir del valle de Laciana hacia las altas tierras de Babia uno asciende por los valles del Sil, rodeado de árboles y de peñas, para salir hacia los amplios prados de una tierra que se abre hacia el Duero y la meseta. Sin embargo, todas estas comarcas siempre han sido parte de una sola montaña, la de Babia y la de Omaña, la de Laciana y de los valles de Palacios camino del Alto Bierzo.
De allí, aguas del Sil abajo, leo que un hombre quiere salir de su pueblo, Tejedo, camino de León con una vaca. Piensa andar durante cinco días: del Alto Bierzo a Laciana, y desde allí cruzar los puertos para llegar hasta la capital provincial. Piensa así protestar por lo que él entiende como una injusticia: denuncia que es acosado en su pueblo por su homosexualidad, que a él, a su pareja y a sus vacas se les niega el pan y la tierra, y que en el pueblo hay una maraña ensortijada de dedos que siempre les apuntan.
Los otros, los de los dedos, se defienden. Ni hay acoso ni tienen aquellos razón en lo que denuncian. Y que se aprovechan de su condición para sacar partido de un conflicto que más tiene que ver con los derechos que el hombre y su pareja tienen sobre la tierra.
Vuelvo a las campas babianas, hermosas como el mes de marzo que se despide. Vuelvo a arrancar el coche, camino de la ciudad. Más adelante, en el retrovisor, veo esa montaña del Sil como una gran sombra que me observa mientras me alejo. Una tierra, como tantas, abiertas por la mitad por un profundo acantilado. Hoy me tocó cruzar el del Sil, a través del Puente de las Palomas.