La despoblación y sus causas. Eso que llaman la España vaciada; el sujeto informe que se mueve como un enorme fantasma de holograma. Ese don nadie que ni mata ni espanta. Una simplificación a medida de la nada. Un producto de marketing fabricado para crear contenidos, para crear noticias y magazines de entretenimiento. Una corona de flores hermosas que colocar sobre una tumba. La despoblación es solo un discurso y las causas un rizo melancólico.
La despoblación es un discurso, el sujeto que lo enuncia mira la tierra desde lo alto. Igual que miraban desde lo alto los que nombraron, los que legislaron siempre. Así se desplegó una mirada, la de aquellos hombres-dioses que llegaron al frente de tropas que avanzaban en nombre del juicio y la razón, con la espada en una mano y el cartabón entre los dientes.
Me acerco a la obra de Jane Jacobs, la mujer que se enfrentó a la apisonadora que reformaba Nueva York en los años sesenta. La apisonadora de aquellos que echaban abajo barrios populares para asfaltarlos con enormes autopistas y zonas verdes sin alma. La apisonadora que miraba la ciudad desde la alta ventana de un despacho. Jacobs, la activista que a pie de calle reivindicó la vida de la gente en las ciudades, aquellos que pisaban las aceras y las tiendas, el ama de casa y el niño del balón, el anciano y el repartidor del pan. Jacobs, la autora de Muerte y Vida de las Grandes Ciudades, la mujer que dijo que el sentimiento de comunidad no se crea a golpe de normativa, sino dando voz y canalizando la voluntad y la energía de la gente, la que dijo que para los planificadores tradicionales del espacio los actores que lo ocupan son invisibles.
Y quizás es que así ha sido siempre en la que llamaron la España vaciada. Infinitos casos bajo un mismo lema. Infinitos casos tratados como si fuesen uno solo.
Pienso en el caso leonés, un territorio sembrado de comunidades rurales, el territorio del concejo y la facendera, donde la gestión del común era patrimonio de los vecinos y la comunidad era persona de personas. Allí donde llegó el Estado con su maquinaria uniformizadora con la que extendió su manta burocrática y de gestión de servicios, y se privó a las personas de su papel en lo común, su parte en el todo. Y con ello de una de las partes fundamentales de la comunidad; el reconocimiento del individuo en ella. Perdió el vecino su papel político y entró en la sociedad de la anomia y el individualismo. Y el centro pudo con la periferia.
León se vació, se vaciaron tantos lugares de España y de Europa bajo el rodillo de las modernas sociedades capitalistas. Ahora, ante los estertores de la víctima, los gestores ponen una hermosa alfombra para el cortejo fúnebre que ha de llevarlo a la tumba.