Vuelve la Navidad y sobre ella la sombra oscura de la crisis. Suenan ecos de restricciones, de cierres perimetrales, y se repiten amenazas de olas y más olas de virus que vienen a estrellarse contra unas espaldas ya cansadas de pandemias. Menguan las alegrías y los bolsillos. Las calles fluyen lento, impulsadas a duras penas por un corazón dañado, un corazón que late agónico al filo de la desesperación y del infarto.
En una sección como esta, donde echamos la vista atrás para acudir a aquellos lugares de la memoria en los que reconocernos, hoy viajaremos a otros tiempos y a otras épocas donde también la crisis cayó sobre estas fiestas como un manto de extrema melancolía. Será a las Navidades más duras del pasado reciente, aquellas de 1939 en las que, con un solsticio de plomo, se inauguraba el largo invierno de la posguerra.
Sin asomarnos a un panorama más lejano que aquel que nos permite observar la prensa local de aquel año, podemos contemplar un paisaje donde la precariedad y la implantación de los valores del nuevo régimen presidían aquellas fiestas. Veamos algunos de los titulares que ofrecía este rotativo en aquellos días.
El porcentaje de personas que vivían en la extrema precariedad en León era muy alto. El Ayuntamiento de la capital se veía obligado a repartir, para una población de unos cuarenta mil habitantes, 2.362 bolsas con arroz, bacalao, aceite, azúcar y pan entre los más pobres de la ciudad. Por su parte, la Asociación Leonesa de Caridad ofreció una comida de Navidad a mil comensales, uno de cada cuarenta leoneses de la capital, a base “de un trozo de chorizo para cada asistente tan grande como para que no tuviera hambre en toda la semana”.
La austeridad se imponía en un país no solo devastado por la guerra, sino también aislado a nivel internacional. Acababa de empezar la II Guerra Mundial y la España de Franco contaba con muy pocos aliados de los que ayudarse para sacar a flote su maltrecha economía. Se imponía un programa de autarquía del que se hizo entonces no poca propaganda: el país debía salir adelante con sus propios medios. En la prensa leonesa se hacía referencia al carácter austero de los leoneses, a su tradicional economía de subsistencia, y para eso se tiraba de recursos simbólicos como el filandón, donde apenas a la luz de un aguzo y un poco de leña para calentarse “el gasto era bien escaso, pero en las veladas se hacía casi toda la ropa que se gastaba en el pueblo.”
Y, si todo esto fuera poco, aquellos que podían acudir a los mercados se encontraban con que, como recordaba el periodista, “la avaricia se ha desatado en todo mercader de tal forma que había precios como para huir al norte de Finlandia y pasar las Navidades en la noche polar, menos fresca todavía que la frescura de algunos”.