Hace años, en Polonia, mi amiga Tania me enseñó a decorar huevos de Pascua. En esas latitudes, mucho menos dadas a celebraciones barrocas como las nuestras, el Domingo de Pascua se celebra en casa. Tras la misa, las familias se reúnen en torno a un desayuno donde los protagonistas son los huevos cocidos. A nosotros, que esto solo lo hemos visto en representaciones edulcoradas, los huevos de Pascua se nos presentan en la imaginación con colores estridentes y quizás cerca de algún conejo, que también nos han dicho que tienen algo que ver los conejos con esto de la Pascua. Pero no. Mi amiga Tania me explicó que aquellos huevos que nos íbamos a comer se decoraban tradicionalmente con trozos de cebolla que se pegaba a la cáscara antes de ponerlos a cocer. Por eso, los colores de mi imaginación resultaban, en aquella pequeña cesta que reposaba sobre el blanco mantel, apenas unos pálidos dibujos.
Dicen algunos que eso de los huevos como símbolo del nacimiento y la resurrección es algo que se repite en casi todas las culturas, y que por eso se usan en tantos lugares para celebrar la llegada de la Pascua. Puede ser. Aquí, en León, eran habituales en estas fechas las huevadas o meriendas a base de huevos y tortillas. Lo cierto es que la Pascua coincide con la primavera, esa época del año que Caro Baroja llamó la estación del amor. La estación de ese Don Amor que se imponía triunfalmente a las disputas entre Doña Cuaresma y Don Carnal.
Esa primavera, o primer verdor, era cuando comenzaba el año en muchas culturas. Lo hacía para los romanos, hasta que Julio César impuso, en el 46 a.C., el calendario juliano que tenemos hoy. A este calendario le costó imponerse: llegó a Francia en 1564 y a Gran Bretaña en 1752, cuando el Parlamento decidió abandonar el 25 de marzo como fecha de inicio del año.
No deja de ser lógico que sea la naturaleza la que imponga el inicio de la vida con el nacimiento del verdor en la primavera, ni que sean estas fechas las elegidas para celebrar la muerte y resurrección de Jesucristo. Un Jesucristo que a menudo se representa dentro de una almendra mística, una figura que, en cierto modo, no deja de ser un huevo.
La Pascua de este año llega diferente. Las circunstancias la harán más parecida a esa del norte de Europa, más doméstica. Quizás toque conectarse telemáticamente con Polonia para compartir uno de esos desayunos rituales a base de huevos. Hacerlo con Tania, con su marido Alfons y su hijo Arnau, y desearnos de nuevo una feliz Pascua, una radiante primavera y un nuevo renacer después de esta larga cuaresma que nos está tocando vivir.