Poco sabemos de los suevos, el otro pueblo germánico que, junto a los visigodos, hizo asiento estable en la península. Poco sabemos más que llegaron de pronto por los caminos de Roma en el siglo V y que, con largas espadas, se enseñorearon de un territorio que conocemos como la Gallaecia. Y que allí, como cuenta San Isidoro de Sevilla, resistieron ciento setenta y siete años antes de caer definitivamente derrotados bajo los cascos de los caballos visigodos.
Quizás quienes más conozcan sobre ellos sean los gallegos, pues si los visigodos terminaron conquistando la historia de España, los suevos han formado parte inquebrantable de las crónicas con las que Galicia se cuenta a sí misma. Porque si los godos simbolizan la unidad imperial sobre tierras ibéricas, sus derrotados enemigos son la imagen viva de la resistencia y del misterio.
Pero no nos cansamos en estas líneas de reivindicar la Gallaecia, tantas veces confundida con Galicia. Esa Gallaecia del noroeste, de indefinidos contornos entre la meseta y el océano. La que se desparrama desde las montañas cantábricas y el macizo galaico sobre tierras leonesas de oteros y riberas. Un territorio creciente o menguante según los contextos de la historia. Un espacio percibido según la fuerza que llegaba desde el centro.
Porque la Gallaecia sueva llegó una vez hasta las lejanas tierras segovianas, o hasta la mítica Numancia, antes de que los visigodos entraran en la península, en el siglo VI, con la vocación de afianzar un expansivo reino toledano que terminó por obligar a la Gallaecia a replegarse a sus feudos más tradicionales, allí donde el Esla y el Órbigo hacen límite, allí donde desaparecen los campos góticos en tierras de León y de Zamora.
Recientemente se han hecho eco los medios de las labores arqueológicas que escarban en la tierra buscando algunas fortificaciones suevas en esas fronteras fluviales. Allá a las orillas del Esla zamorano, en Santa Eulalia de Tábara, los trabajos del yacimiento de El Castillón dejan a la vista uno de esos lugares defensivos de un área en disputa, corroborando así resultados de otras excavaciones del norte de Portugal y la información de las escasas fuentes escritas con las que contamos para esos siglos oscuros. Una de ellas, el Parroquial Suevo, nos delata la presencia de este pueblo en tierras de la provincia de León, confirmándola en espacios perfectamente reconocibles actualmente, como Astorga o la capital leonesa.
Faltan más trabajos como los de El Castillón remontando las aguas del Esla hacia el norte, conocer mejor la expansión sueva y su asentamiento, poner luz sobre un pueblo que también ha sido parte importante de la historia leonesa y cuyo papel, con mucha frecuencia, ha quedado relegado frente a los poderosos visigodos que un día, llegando desde el centro, los sometieron bajo el trote impetuoso de sus caballos.