Desde Mesopotamia, y pasando por toda la tradición judeo-cristiana e islámica, hay una forma de contar la creación del mundo a través de la palabra. La cosa es así. Un dios creador piensa en un árbol, pronuncia la palabra árbol y hete aquí: el árbol ya existe. Y así con los ríos, los montes, los burros y el resto de la existencia. Surge la palabra y con ella el concepto. Pues bien, algo así sucede con el leonés. Nosotros, que arrastramos más a menudo de lo que pensamos formas milenarias de entender el mundo, aplicamos este razonamiento: el leonés existe desde que a alguien se le ocurrió hablar de él…