Mientras escribo estas líneas, sentado en la mesa de la cocina, veo a través de la ventana a los gatos que viven en el patio de mi casa. Son mis vecinos más interesantes. Todavía hace algunos meses, un anciano salía a una de las antiguas huertas que hay allí para limpiar la maleza y podar los árboles que crecen fuera de control. Lo veía a menudo luchar con sus escasas fuerzas contra aquella desolación. Cortaba ramas, se agachaba penosamente para quitar escombros. Pero un día, de pronto, desapareció y no lo volví a ver más. Ahora solo los gatos caminan sigilosamente por ese paisaje de maleza y tapias a punto…
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Un retrato de los hombres muertos
De todas las presencias que hay en la casa, solo la del gato es la que aparece ante mis ojos. No huye, camina sin miedo. Es como si estuviera acostumbrado a la compañía en este lugar que parece desierto. Pasa junto a unos muebles cubiertos con sábanas, cruza el portalón y termina por subirse a una encimera cubierta de polvo. En otros tiempos aquí estaría el carro, y a un lado, a través de un portón, una figura se encorvó alguna vez en la penumbra para ordeñar una vaca. Al otro lado, en la cocina, se hirvió muchas veces la leche recién ordeñada. En la encimera del fondo hay un…