La literatura de viajes es una herramienta extraordinaria para conocer un lugar. Y no solo por los datos que ofrece, sino por esa criba que hace cada autor para seleccionar lo que nos cuenta. Todos tenemos la experiencia: acudimos a los lugares para confirmar nuestros conocimientos, comprobar los tópicos, reafirmar nuestras creencias. El viaje a menudo dice más del visitante que del objeto visitado. Por eso, los viajeros, cuando nos describen los lugares por los que pasan, actúan como aquellos espejos deformados del Callejón del Gato en Luces de Bohemia, el famoso pasaje de la obra de Valle-Inclán donde los protagonistas se regocijaban contemplando sus reflejos deformados en los escaparates…