Un bullicio que llena las calles. La multitud que se mueve lenta, que se agolpa al ritmo de la rueda de un carro. Un dedo que se alza y apunta, y allí viene un pendón, allí un buey, allí el tamboritero que marca la cadencia de la marcha. La gente entonces se aparta y el buey ve abrirse ante sí un pasillo de asfalto, y oye los gritos, y apenas se orienta con la hijada que marca al tiento. Es la fiesta el espacio de las mujeres y los hombres y el animal extraña. Baja la cerviz y empuja. Escucha más adelante, en la distancia, cómo resuenan aún los mazazos…