Sucedió hace exactamente cien años. La ciudad de León exhibía sus mejores galas durante los días 24, 25 y 26 de 1920 para conmemorar el IX Centenario del Fuero de León. Una gran exposición de arte en el patio de la Diputación, desfiles nocturnos a la luz de las antorchas o espectáculos de fuegos artificiales fueron algunos de los fastos con los que los leoneses quisieron honrar aquellos días a uno de los más conocidos documentos de la historia del derecho.
Por aquel entonces, todavía se pensaba que el Fuero databa del año 1020 (hoy se sabe que es de tres años antes), y la ciudad de León decidió que aquella efeméride debía ser celebrada con la magnificencia con la que se hacía en el resto de España y de Europa. Era aquella una época a la que muchos historiadores han dado en llamar de centenariomanía. Pocas cosas quedaban por celebrar. El centenario de la Revolución Francesa, en París, trajo consigo una de las más espectaculares exposiciones universales de la historia, de la que nos queda como soberbio recuerdo la Torre Eiffel. O el “Jubileo de Diamante” de la Reina Victoria, que llevó al Londres de 1897 toda la suntuosidad de un Imperio británico (desfiles de camellos incluidos) que entonces se encontraba en todo su esplendor.
En España, aquella fiebre llegó condicionada por un imperio en caída libre. Una sucesión de guerras en las últimas colonias ultramarinas trajo el fin del sueño imperial español y, con él, el cuestionamiento de la nacionalidad española por catalanes y vascos. El “orgullo patrio” necesitaba de exaltaciones de moral extraordinarias, por lo que el nacionalismo español comenzó a movilizar algunos de los mitos más importantes que la historiografía había fraguado durante el siglo XIX. Incontables centenarios, como los relacionados con la Guerra de Independencia, Astorga incluida, se sucedieron por toda España; el XII Centenario de la Batalla de Covadonga, en 1918, fue anunciado como “lección viva de patriotismo” y en Burgos, tres años después, el séptimo centenario de la fundación de la catedral sirvió para ensalzar el papel del Cid y Castilla en la historia de España.
León no perdió la oportunidad de subirse al carro de las celebraciones aprovechando el centenario de su preciado Fuero. No obstante, la celebración no tuvo el ornato que inicialmente se esperaba. No estaban los presupuestos públicos para excesivas alegrías y el papel de León a principios del siglo XX en el conjunto de España no era tan sustancial como para que su celebración pudiera compararse a las de otras latitudes, por lo que muchas de las actividades que se preveían no pudieron llevarse a cabo.
No obstante, aquellos días de octubre de 1920 reflejaron en sus celebraciones muchos de los símbolos de los que entonces estaba más orgulloso el pueblo leonés. Por las calles de la capital se pudieron ver trajes y deportes tradicionales, en la prensa y en publicaciones hechas al efecto, se ensalzaron hechos y personajes de la historia leonesa, se premiaron novelas costumbristas ambientadas en suelo leonés como “Entre brumas” de Aragón y Escacena y, en definitiva, se mostró aquel sano regionalismo que, también en León, se exhibía con ornato y oropeles por toda España.