No fue un atardecer de agosto más en Carrizo. Esta vez la velada convocó a muchos amigos, y no fue en ningún bar ni a la puerta de ninguna casa. Se presentaba “Tierra de Lobos, Urces y Hambre”, el libro de Gregorio Urz que tanta expectación está causando. Y éramos tantos que la biblioteca de la Casa de Cultura, en la parte baja del pueblo, se quedó pequeña para acoger a tanta gente, por lo que alguien sugirió acomodarnos a todos en el más espacioso salón de actos del edificio.
Fue en ese momento del día en que las luces se confunden con las sombras cuando empezó el acto. Algunos hablamos de Gregorio Urz y de esos cuentos que este ha tallado en tinta. No era fácil, desde luego, transmitir con la misma intensidad que lo hace el autor la dureza de las vidas de esos personajes que desfilan por la obra, vidas de un pasado reciente que a nadie le resultan ajenas. En noches como la que ya se cernía sobre Carrizo, en veladas, seranos y filandones, se contaron desde siempre duras historias como la de Mateo que, comido por la desesperación, cruzó el monte bajo la nieve para ir a buscar al médico e intentar salvar a su mujer moribunda en el último momento. O como la de Evelio, que azuzado por la necesidad de la posguerra se aventuró, en un arrebato desesperado, a cortar las urces del monte del pueblo vecino para sacar unas pesetas con las que dar de comer a su familia.
Alguien dijo, y con razón, que aunque estuvieran ambientadas las historias en comarcas tan cercanas como Cepeda, Omaña, Cabreira, la tierra de los maragatos o la propia Ribera del Órbigo, estas trataban de asuntos universales. Y el propio autor contó cómo, en uno de sus múltiples viajes a Latinoamérica, sintió latir las mismas angustias e inquietudes de sus personajes en las oraciones que una mujer indígena, vestida de vistosos colores, elevaba al altar de una iglesia andina en una lengua desconocida.
Que los cuentos de Gregorio Urz apelan a lo más profundo del alma humana quedó patente, pues la noche se alargó con las historias emocionadas de los muchos asistentes. Me contaba Jesús, el responsable de la edición, que así había sido en todas las presentaciones anteriores por otros pueblos, y es que algo debe de haber en el ambiente que nos susurra que hay un mundo que perdemos. Al salir, la nostalgia y la melancolía siguieron haciendo de las suyas entre los que íbamos abandonando la Casa de Cultura de Carrizo. La luna llena de agosto nos miraba ya desde lo más alto alumbrando la oscuridad de la noche mientras los ecos de los cuentos de Urz todavía resonaban, cada vez más lejanos, perdiéndose por las calles del pueblo. Unos cuentos antiguos que se resisten, todavía hoy, a abandonar el complejo laberinto de nuestra memoria.