Poco sabemos de literatura portuguesa. Portugal marginal, del continente y del canon.
Camino por el fondo de un pantano seco. Pongamos, por ejemplo, el Pantano de Villameca, seco como el tuétano de los huesos de los reliquiarios. Seco como solo puede ser el final de un verano como este, un verano que trajo esta capa de polvo y sal.
Un pantano seco de orillas dibujadas en piedra y pinos que parecen desorientados turistas extranjeros acostados al sol.
Y allí, junto a un minúsculo charco de agua que se resiste a morir bajo el enorme muro de hormigón de la presa, pienso en el Sermón de San Antonio a los peces, la obra del padre Vieira, el jesuita lisboeta que murió en Brasil a finales del siglo XVII.
Oh, peces, si nadie me escucha, al menos que seáis vosotros, quizás el escalón más bajo de los seres vivos, los que acudáis a mi prédica. Vosotros, que nadáis libres de los hábitos de los seres humanos, aquellos hábitos que los sumen en un océano de tinieblas alejándolos de la luz y de la vida.
Oh, peces, que también escuchasteis a José Saramago, que os hablaba asomado desde un puente mientras nadabais por el Duero, de un lado al otro de la frontera entre dos estados, ajenos a las convenciones de los límites, brillantes de ignorancia, vestidos como solo deben navegar los más audaces marineros del conocimiento y de la ciencia.
Vosotros, que vivís en este pantano, en esta obra humana. Vosotros que, dueños de vuestra libertad natural, no lo sois de vuestra vida, que depende de esta pétrea pared que os vigila como un dios muerto.
Decidme qué os diferencia de estos pinos y de estas carreteras. De estos montes y de estas tierras. Y qué de estos pueblos y de las gentes que los habitan. Decidme: a vosotros que os llevaron el agua al otro lado de ese telón de acero, ¿qué os diferencia de nosotros?
Es esta una tarde de septiembre y pienso que los peces del pantano no escuchan nada. Que los pinos ven un pantano, vacío como el enorme vientre de una ballena muerta, y en el centro un hombre con sus pensamientos fijos en las páginas de algunos libros, y también en un charco.
Pienso que todo es sequedad y que los pocos peces que queden, poco a poco, comenzarán a asomar a la superficie su panza de marfil. Que solo quedarán resonando estas palabras entre las pétreas orillas del pantano. Los ecos de un sermón a los peces muertos.