Fachada de San Isidoro. DL
Contraportada,  Diario de León,  El Retrovisor

Parlamentarismo o democracia

Contaba estos días de atrás el profesor Fernando de Arvizu cómo fueron aquellas primeras cortes de 1188 que ahora están en boca de todos. Pocos sabrán tanto sobre aquellas cortes como Don Fernando, y pocos lo cuentan de una forma tan amena e interesante. Por la sala del Palacio del Conde Luna, donde se celebran las jornadas Cuna del Parlamentarismo de este año y desde donde hablaba el profesor de la Universidad de León, desfilaron con actitud gallarda nobles a caballo y obispos con mitras que apuntaban al cielo de la plaza de San Isidoro, el centro de aquel reino que acababa de heredar Alfonso IX. El joven rey había convocado a toda aquella gente para poner las bases de su nuevo reinado y la ciudad era un hervidero de personas procedentes de todo el noroeste de la península. Y no solo eran nobles. Ni tampoco abades ni obispos ni toda aquella gente principal. Los oyentes que abarrotaban la sala pudieron escuchar, a través de Arvizu, aquellas ideas de aquel otro profesor de Historia del Derecho, Don Laureano Díez Canseco, de cómo probablemente también estarían vociferando, a la puerta de San Isidoro, aquellas gentes del común que reclamaban cambios, medidas para mejorar la precaria vida que sufrían en aquella ciudad de León de finales del siglo XII.

Y ahí está el meollo del asunto, el porqué de que esta semana se haya celebrado en León esa reunión de jefes de Estado y representantes públicos, y de toda esa «gente principal» de hoy en día, esos que hoy nos representan. Fue una novedad que el rey Alfonso IX mandara entrar al claustro de San Isidoro a aquellos ciudadanos que protestaban. O a sus representantes. Fue el germen, y solo el germen, ya lo recordó el conferenciante, de una tradición que desembocaría muchísimos años después en el parlamentarismo moderno. La voz de los sin voz. Aquellos que clamaban a las puertas del poder reclamando una parte del mismo.

Esta efeméride ha servido para que a las puertas del moderno San Isidoro desfilasen esta semana políticos y académicos. Y que nos recordasen la importancia del parlamentarismo, y de la representación, y los peligros que los acechan: que si el populismo, que si el nacionalismo extremo, que si todos esos demonios que acechan en la distancia. Al lado había gente que gritaba. Parece que, en este caso, se trataba del derecho a que los leoneses tuviesen el reconocimiento de comunidad autónoma. Uno de esos representantes que desfilaron por las calles leonesas se encargó de desmentirlo: él estaba del lado de la Constitución, y la Constitución no contempla esa reclamación.

La situación da para plantearse la efeméride en sí. ¿Qué celebramos, la culminación de un proceso histórico que se cierra con los actuales sistemas parlamentarios o una dinámica constante a lo largo de la historia? Nadie duda de las mejoras en la participación en el poder desde los oscuros tiempos de la Edad Media. Pero quizás, el asunto, el verdadero asunto, sea aquel que ya latía en aquella escena medieval que nos mostraba Arvizu y que lo sigue haciendo hasta hoy: que la voz de aquellos que gritan deje de ser el ruido infame que algunos simulan que es. Que la exclusión no sea opción.

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