Atardecer en Castro de Cepeda - Alberto Flecha y David Campos
Contraportada,  Diario de León,  El Retrovisor

Cepeda

Aprovechando las largas y ociosas tardes del verano marchamos a la Cepeda a encontrarnos con unos amigos. El evento era en Villameca, habían habilitado un edificio de la mancomunidad y rápido pudimos ver a través de las grandes puertas abiertas que reventaba de gente. No hacía falta que el anfitrión nos recordara cuánto convoca la cultura a los cepedanos porque ya lo sabíamos. En esa ocasión la disculpa del filandón, si hubiéramos podido llamarlo así a esas horas dulzonas de la tarde, era presenciar un documental sobre la comarca.

Claro que la cosa se alargó. Alguien recordó que la Cepeda es el corazón de León y no lo dudamos. Si las comarcas leonesas están acostumbradas a perder, el cepedano tiene el aquel melancólico de los grandes orillados de la historia. No hace falta buscar mucho para encontrar dentro del pecho de esas gentes –como de los polacos, como de los irlandeses– la casa de un poeta. Y por eso la tarde se estiró entre poemas y canciones.

Cuando dejamos el pueblo el sol se apoyaba ya sobre la sierra. Volvíamos a casa paladeando algunos de los nombres de los pueblos cepedanos: Brañuelas, Corús, Donillas; nombres sonoros, pero apenas susurrados desde este rincón a la sombra del mundo, cuando alguien recordó a Caitanu. Estábamos pasando por Quintana.

A cualquiera que pase por Quintana del Castillo no le será difícil encontrar la casa familiar de los Bardones. Cayetano Álvarez Bardón fue un escritor de Carrizo que tenía sus orígenes familiares en ese pueblo cepedano. Algunos de los escritos de Cayetano, o Caitanu como firmaba, dejaron acta expresa de una lengua leonesa que aún sigue agonizando en muchos rincones de las casas cepedanas.

Poco nos costó allí imaginar a Caitanu caminando, como tantas veces hizo –así alguna vez nos lo contaron–  desde Quintana hasta Carrizo. Mirando hacia esas tierras rojas como la sangre que se asoman al Tuerto, lo veíamos atravesar esos montes solitarios por los que ahora circulaba nuestro coche, bajar por los valles y atravesar los pueblos escondidos. Cruzar Castro, Morriondo, Ferreras y dejar atrás Riofrío para cruzar hacia la Ribera del Órbigo.

Hay tierras apartadas que son metáforas de la vida. Ese camino que va desde Quintana hasta Carrizo, como todos los caminos secretos, lleva al interior de nosotros mismos. La Cepeda, corazón de este León que agoniza, se mantiene viva con la sangre de sus poetas. Gente como Caitanu que, con su lucha y su palabra, se resisten a caer en el olvido.

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