Tierra a Trozos. DAVID CAMPOS, 2020
Contraportada,  Diario de León,  El Retrovisor

Fatum

Vemos un móvil enganchado a unas esposas, también un enorme fósil formado por chapas de botellín amontonadas y una hamburguesa mordida dentro de su envoltorio a la que se tituló Unidad Básica de Alimentación. Todas ellas son piezas que forman parte de la exposición Elogio del Antropoceno, que el artista cántabro Juan M. Moro expone en el museo de Altamira que visitamos hace unos días. Y vemos todas esas piezas como si fueran los hallazgos de un arqueólogo futuro que se asomara a nuestro tiempo, el Antropoceno, un nombre que significa la era del ser humano, ese tiempo geológico actual donde los fenómenos que ocurren en la Tierra están fuertemente determinados por nuestra presencia en ella. El título de la exposición es potente por su ironía, pues la crítica a nuestro paso por el planeta, como elefantes en una cacharrería, aparece en todas las obras.

Ayer fue el día de la Tierra, la celebración con la que las Naciones Unidas trata de concienciarnos a todos de los problemas que acechan a nuestro planeta. Es un tema que en los últimos tiempos ha cobrado cada vez mayor interés y ocupado más espacio en los medios de comunicación y en los discursos políticos. También en las conversaciones cotidianas. En estos días en que abril parece julio y la sequía aparece en todas partes con su imagen de suelos cuarteados, todo el mundo se pregunta si algo tan aparentemente desbordante como es el clima es materia que depende directamente de cada uno de nosotros o es algo que va más allá, que tiene que ver con un modelo productivo insostenible o simplemente una dinámica de la propia naturaleza.

Pensando en nuestra capacidad para hacer frente a situaciones que se nos escapan, me he acordado de que hace unos días un amigo me hablaba sobre las bondades de la meditación. En los últimos tiempos cobran cada vez más importancia teorías, filosofías y métodos de este tipo, caminos que tratan de ayudarnos a superar las enormes contingencias de la vida desde el interior de nosotros mismos. Y es que cada vez miramos con más desconfianza a las grandes ideologías y cosmogonías que en otros tiempos nos prometían grandes soluciones a los problemas de todos. Es como si lo que nos rodea se acercase a nosotros como un enorme rodillo que amenazase con aplastarnos sin que pudiéramos hacer nada.

Unas elecciones se acercan y las espadas están en todo lo alto. Las opciones políticas son aparentemente cada vez más numerosas. Sin embargo, a veces uno tiene la sensación de que nuestra actitud con la política y la sociedad es cada vez más como la que tenemos con la naturaleza. Un escepticismo ante algo que nos desborda; un destino que nos parece inabarcable. Y que poco a poco nos vamos refugiando en el interior, más acogedor, de nosotros mismos.

Publicado originalmente en el Diario de León