Cielo abierto. DAVID CAMPOS
Contraportada,  Diario de León,  El Retrovisor

Invierno siempre

Llega el verano, la estación de la fiesta y la alegría. Ese «estío festivo» con el que el antropólogo Caro Baroja titulaba uno de sus más célebres ensayos sobre las fiestas de esta estación que ahora se abre ante nosotros. Llegan romerías y verbenas. Conciertos con despliegues inmensos de sonido y de luz. Hace unos días, en Carrizo, se celebraba la romería de la Virgen del Villar. Pendones y romeros, en una gran fila y llevando a su patrona, cruzaban una vega que comenzaba a colorearse de la más infinita variedad de verdes para llegar a lo alto del monte en el que se encuentra la ermita a la que se dirigían. A pesar de que esta fiesta es móvil (se celebra, según el calendario lunar, el segundo martes de Pentecostés), marca para mí el verdadero comienzo del verano. Pues acaso el comienzo del verano no lo marca el calendario, sino que lo marca esa disposición que nos inclina a todos a la alegría y a la vida.

El verano, en una tierra como esta, es breve. Una huella. Apenas un paréntesis en un largo invierno. Dicen que aquí hay dos estaciones (el invierno y el verano), y es verdad. Por un lado, esta época que ahora se abre, de alegría y vida, del retorno del emigrante, de los cohetes en el cielo y de la música; y por otro, la estación del largo sueño que se impone con su pesada inercia de historia y de silencio. Este verano será especial porque se han convocado elecciones. Será un contrapunto a esa evasión que nos ofrece el estío, un pequeño invierno. No nos abandonarán los partidos políticos ni sus campañas. No nos darán tregua los tensos debates ni cesarán muchos en su empeño de hacernos comulgar con ellos en cruzadas que, muchas veces, poco nos importan. Un inciso invernal que me recuerda a aquel julio en Riaño de hace ya algunos años. Cuando lo que cabía esperar era un cielo cuajado de estrellas entre montañas, la noche se convertía en una nube tenue de falispas de nieve rodeándome en medio de una calle desierta. O tal vez estas elecciones no sean un inciso. Tal vez sean solo un aviso que nos recuerda que el verano, nuestro verano, solo es una ilusión. Un espejismo en medio de un desierto frío y árido, en medio de una enorme estepa siberiana que nos invade a pesar de tantas esperanzas y promesas que nunca se cumplen. Un destello de sol que apenas acierta a calentar un eterno invierno que nunca acaba.

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