La del colonialismo interno puede parecer una idea espontánea de cualquiera que se enfrente al expolio constante que sufren las tierras vacías de este país. Parques de inmensos molinos que agitan sus palas al viento, campos militares, inmensos sembrados de placas fotovoltaicas, megacentrales hidráulicas para arrancar una energía que necesitan lejos, polígonos industriales desiertos de unos obreros que ya hace tiempo se fueron a engrosar las filas de la moderna economía que se produce en otras tierras.
Pero el colonialismo interno es una teoría elaborada a mediados del siglo XX. La descubro leyendo a autores latinoamericanos como Pablo González Casanova, la descubro también en Europa cuando conozco la obra de Robèrt Lafont y el movimiento político de Volem viure.
Volem viure al pais, queremos vivir en el país, fue uno de los lemas que ondeaban al viento en las pancartas del movimiento occitanista en los años setenta, junto a las banderas rojas de Occitania, junto a las imágenes del cordero y del cardo, los símbolos del sacrificio y la resistencia que usó esta región en sus movimientos de oposición al secular centralismo francés durante aquellos años.
Eran los años de la Guerra Fría y la descolonización. Para reforzar su poderío militar, el gobierno francés buscaba en la desierta y caliza región occitana de Larzac un lugar donde instalar un gran campo militar. Pero pronto surgió una feroz resistencia en esa tierra. Las teorías que Lafont había elaborado una década antes sobre el colonialismo interno cundían entre los que se negaban a aceptar esta invasión. Ya no se trataba tanto de defender una Occitania de derechos históricos y culturales, sino que su reivindicación pasaba por la ciudadanía y la democracia, la denuncia del expolio de las tierras más abandonadas de un estado que cubría las diferencias regionales con el telón de su bandera y los ecos de la Marsellesa. Las diferencias territoriales que llevaban años denunciando las colonias del tercer mundo contra sus metrópolis se reflejaban ahora en el interior de sus territorios europeos.
Y el movimiento cundió. El occitanismo fue capaz de aglutinar a amplios sectores de la población en defensa de Larzac: bajo las banderas occitanas marchaban viticultores en sus tractores con banderas en la lengua de Oc, grupos de izquierdas, ecologistas, miembros del clero, sociedades de caza, pacifistas y modernos movimientos sociales de todo tipo. La defensa de la tierra portadora de valores de convivencia, de naturaleza y de vida se oponía a la intervención poderosa de intereses lejanos amparados por el estado. Queremos vivir aquí, volem viure al país, era su lema.
Han pasado cuarenta años y las desigualdades regionales son crecientes en todas partes. La periferia se despuebla de gentes y recursos. Territorios de primera y de segunda cuyo precario equilibrio tratan de mantener los estados a fuerza del nacionalismo institucional y sus palmeros. Sin embargo, la defensa de la tierra corresponde a todos los que la habitan, de su unidad, de su identidad común bajo un lema común, bajo un solo grito que manifieste que, como en la occitana Larzac, queremos seguir viviendo aquí.