Caminando por las calles de la capital, me hacía notar mi hermano la llegada del carnaval en el particular atuendo de un individuo que bajaba por la Calle Ancha. No me convenció mucho el argumento y nos pasamos un rato discutiendo si aquello era disfraz o no lo era. Que si ese sombrero tan grande, que si la corbata psicodélica, que si las gafas de sol en plena noche, que si esa gabardina de Columbo. Yo creo que sí, yo creo que no. Total, que el hombre pasó a nuestro lado sonriendo mientras nosotros nos encogíamos de hombros. Tuvieron que ser algunos adolescentes, vestidos de personajes de ficción que no supimos reconocer, los que nos confirmaran que sí, que el carnaval ya andaba dando brincos entre nosotros.
Qué cosas. Recuerdo la primera vez que vi a un hombre vestido de mujer. Yo era muy pequeño y estaba viendo una cabalgata. Había niños disfrazados de pitufos y algunas madres con atuendo de gallinas dirigiendo dos filas de pollitos. El tedio que me producía todo aquello se me quitó de pronto cuando vi, por fuera del desfile, a aquel hombre tambaleándose sobre dos tacones, sin afeitar y con un manchón de carmín que parecía un puñetazo en toda la boca. Los ojos se me abrieron todavía más. De pronto, levantó un botellín de cerveza y, apuntando a los pitufos, a las gallinas, a los pollos y a todo quisqui que andaba por allí, les gritó con voz ronca: ¡maricones!
Eran otros tiempos, sin duda. El público, ofendido, trataba de hacerle callar y a mí aquella imagen me produjo una gran inquietud. No sé si alegría. El caso es que de una manera intuitiva me estaba dando cuenta de que el carnaval era todo aquel desorden y algarabía que, de forma inesperada, se estaba produciendo a mi alrededor. Carnaval, carnaval.
Recordaba con mi hermano que en otros tiempos se trataba de prohibir el carnaval. Había que controlar esa explosión humana, qué narices: el poder siempre trató de controlarlo todo. O no. Lo que veíamos a nuestro alrededor nos demostraba que hoy es muy difícil producir inquietud. ¿Dónde está el poder para atacarlo, para levantarle las faldas y dejarle al aire las vergüenzas? ¿Cuál es el orden? ¿Será que por eso el carnaval es cada vez más aburrido?
El carnaval, sin duda, es un reto sobre unos zapatos de tacón. Saber encontrar lo que está arriba y lo que está debajo para, en el momento más oportuno, hacerle una buena zancadilla. Pero hoy, sin embargo, esto parece cada vez más difícil.