D ice Martín que él es más viejo que la Chana Perdida, un pago que hay subiendo por los montes que quedan a nuestra espalda. El día está caliente y nos sentamos a la puerta de su casa, en un banco, porque ahí parece que hace un poco de fresco. Martín fue alcalde de Turcia durante la Transición. Nos cuenta que algunos de sus primeros recuerdos son de cuando la guerra. Tenía cinco años y rezaba el padrenuestro cada noche para que no mataran a un primo de su madre que estaba en el frente. Yo era muy pequeño —recuerda—, un día un falangista me dio un papel escrito a máquina. Imagínate, un papel escrito a máquina, ¡entonces aquello era una joya! Iba para casa para enseñárselo a mi abuelo y un hombre de Gavilanes me paró, leyó el papel y lo hizo trizas. Se ve que no pensaba lo mismo, recuerda con una carcajada.
Sin embargo, todo aquello cambió. Apenas unos meses antes de morir Franco, Martín entró a formar parte del Ayuntamiento y, por un accidente fatal que le ocurrió al entonces alcalde, acabó él de primer regidor de su pueblo. Fui alcalde hasta el setenta y nueve —nos cuenta— cuando se celebraron las primeras elecciones municipales, donde ya podían presentarse los partidos políticos. Aunque en realidad aquí solo se presentó la UCD. En aquella época, después de cuarenta años de dictadura, ya no quedaba nadie en el pueblo que supiera mucho de política.
Hay bochorno y Martín mira al cielo, parece que se forma una tormenta. Con una sonrisa, recuerda una reunión de alcaldes en la Bañeza que hubo al poco de morir Franco: estaba hablando Fraga, desde el púlpito nos decía que lo bueno que había de la dictadura había que cogerlo, y dejar atrás lo malo. Y entonces unos chavales se levantaron y le empezaron a gritar con toda el alma que no, que había que dejar atrás lo del franquismo y empezar todo de nuevo. Y yo pensé: ¡uy, qué cosa más rara, encararse con un político una persona cualquiera!
Entonces, de León había gente muy importante. Estaban Fernando Suárez o Martín Villa. Yo creo que Martín Villa hablaba mucho de Castilla y León porque él pensaba acabar de presidente ahí, como Fraga en Galicia. Entonces, un poco más adelante, cuando había que votar lo de la autonomía, hicimos un pleno y aquí a Turcia vino el subjefe provincial del Movimiento, y dijo que había que votar Castilla y León.
—¿Y qué votó la gente?
Hombre, ¿qué van a votar?—recuerda Martín mirando al fondo de la calle— pues lo que mandaba el jefe. Pero yo no, yo eso lo tenía muy claro. Ahí me planté. Yo voté León solo.