Tapias, David Campos, 2018
Contraportada,  Diario de León,  El Retrovisor

Andancios

La peste negra daba sus últimos coletazos en Europa cuando Bocaccio publicaba su famoso Decamerón. En la obra, diez jóvenes escapaban de la hacinada Florencia medieval para guardar cuarentena en el campo. Allí mataban el tiempo contando algunas de las historias más conocidas de la literatura italiana mientras, a su alrededor, se producía una de las más grandes mortandades que ha sufrido occidente: una de cada tres personas dejó su vida durante aquella enfermedad en medio del pavor más absoluto.

          Posiblemente hayan sido las pandemias las amenazas que más han asustado a los seres humanos a lo largo de la historia. Un peligro que se extiende invisible como un golpe de guadaña que nos lleva indiscriminadamente por delante sin nada que podamos hacer. Tal vez sea también esta la razón por la que, a la hora de buscar una causa para las numerosas despoblaciones de pueblos y aldeas en todo el mundo, la explicación popular más abundante sea la de una plaga, una peste que mató de un zarpazo a todos sus habitantes.

            Aquí en León, territorio donde los despoblados han sido tradicionalmente abundantes, no han faltado estas explicaciones. Quizás, profundizando un poco en el fondo de archivos, encontremos causas de todo tipo, pero para la memoria de los pueblos vecinos suele quedar la explicación en forma de leyendas, historias en las que las catástrofes y a menudo grandes enfermedades han sido las causantes de que aquel lugar permanezca desierto desde tiempos inmemorables.

            Así podemos encontrar, en ese espléndido compendio de leyendas leonesas que José Luis Puerto dio a la imprenta en 2011, algunas de esas historias. Historias que suelen tener como denominador común la de contar con uno o dos supervivientes que son albergados en un pueblo próximo que recibe, por su gesto, el patrimonio del pueblo desaparecido.

            Por ejemplo, en la Cepeda, en las proximidades de Quintana del Castillo, la gente cuenta el caso de Sancil, un pueblo al que llegó una peste que arrasó a la población. Dos ancianas sobrevivieron, pidieron ayuda a pueblos vecinos que se la negaron. Por fin, en Quintana les dieron alojamiento. Las mujeres, en agradecimiento, cedieron las tierras del pueblo desaparecido a los habitantes del lugar.

            Igual pasó en otros lugares. Garfín es uno de los pueblos con más territorio de León. La explicación al tamaño de la gran extensión de sus territorios la dan los garfineños por la desaparición por peste del pueblo vecino de Valdesantradiano. Al igual que en Sancil, sobrevivió una anciana. Cuando en Garfín la acogieron les cedió las tierras del lugar desaparecido.