«En algunas partes las casas son de adobes, puro barro; es decir, pura pobreza. Y en todas ellas los niños van a su escuela hasta los doce años. Ellos y sus padres quieren… Quieren… Basta esta palabra en honor suyo.» De esta forma se expresaba Luis Bello, en 1925, a su paso por León. Para este periodista y pedagogo, León era la «provincia modelo» en cuanto a escolarización se refiere. Por esa razón, no dejó pasar la oportunidad de acudir a esta tierra para escribir uno de sus numerosos reportajes, sobre el estado de la educación, para el periódico El Sol, por los que se haría enormemente conocido en la España de su tiempo. «León es la primera en asistencia escolar. Muy cerca del noventa y tres por ciento de la población escolar está matriculado, mientras en Cádiz no pasa del veintidós. (…) Y como esto no lo habíamos visto sino en el papel, en la estadística, era preciso comprobarlo sobre el terreno».
¿Las razones? Bello no deja de preguntárselas. A su paso por la capital observa la gran diferencia entre los grandes municipios y la miriada de aldeas en las que vivía la gran mayoría de leoneses de entonces. Así les dice a los leoneses capitalinos: «Creo prestar un buen servicio a los leoneses diciéndoles sinceramente que están obligados a honrar su primer puesto en la estadística construyendo nuevas escuelas graduadas, dotándolas de buen material y no dejando perder, como ciudad, el sitio que pobre y modestamente supieron conquistar las aldeas».
Nada menos que mil cuatrocientas treinta y nueve escuelas salpicaban entonces la provincia leonesa, el mayor número de España, para unas mil cuatrocientas unidades de población. El pedagogo salmantino continúa viaje para llegar a Laciana, allí le esperaba el maestro de Sosas que unos meses antes le había invitado, en Madrid, a visitar su escuela. Bello observa. Nos recuerda el papel de algunos personajes como Sierra Pambley en la promoción educativa de esta y otras comarcas, pero no deja de percatarse de la peculiar organización comunal de esas aldeas, organización que hace involucrarse a todos los vecinos en el bien común. ¿Estará aquí la respuesta a la sólida implantación de la escolarización en estas tierras? Así, al llegar a Sosas, nos dice: «Vamos a citar el caso de Sosas de Laceana (sic) como ejemplo. Tiene cincuenta y dos vecinos. La escuela —amplia, clara, limpia, magnífica— fue construida por el pueblo con subvención de la liga de Amigos de la Escuela. Hizo el desmonte, acudió con las facenderas (…). En nada ayudó el Ayuntamiento de Villablino, ni tampoco la Siderúrgica, ni menos el Estado. Se basta Sosas de Laceana para que sus hijos y su maestro estén bien instalados, con su biblioteca y con leña y carbón para la estufa todo el invierno (…) No hay un analfabeto».