Presentaba esta semana pasada el grupo Tarna un videoclip sobre su tema Canto de fugaos de Arbas, de su disco El hombre que tenía una vaca. Fugaos, huidos, guerrilleros o los del monte son algunas formas de llamar a todos aquellos que se vieron empujados por la represión franquista a vivir como alimañas por los montes de toda España. También en León, o particularmente en esta tierra montañosa donde durante los años del silencio los del monte habitaron a escondidas en muchas de nuestras historias a media voz, unas historias que normalmente no se atrevían a salir de las cocinas.
No es extraño que haya tantas denominaciones para estas gentes. Todavía el Diccionario Biográfico de la Academia de la Historia los describía como terroristas hace unos pocos años. Bandoleros o bandidos lo fueron para el relato oficial que usó el franquismo. Y tampoco fueron muy bien tratados por la memoria republicana que no quiso verse salpicada por unos cuentos con sabor a pólvora y a sangre. No sería hasta bien entrados los años ochenta cuando historiadores como Secundino Serrano vinieran a hacer una lectura cargada de perspectiva y desapasionada.
Tantos años de silencio hicieron del maquis un asunto de leyenda. Por las rendijas del logos se coló el mito y las memorias particulares fueron deformando a aquellos personajes hasta convertirlos en motivos legendarios. No quedaba a menudo lugar para las medias tintas: las afinidades y experiencias de cada uno hicieron el resto. Y para muestra, Manuel Girón. Para unos era El león de Salas, al que no le fieren las balas, para otros simplemente era Manuel Girón, un bandido y un ladrón.
Así los guerrilleros fueron ocupando a menudo espacios legendarios similares a los de otros personajes que habitaban los montes y la imaginación mítica de las gentes del campo. Como aquellos bandoleros decimonónicos o los franceses o los carlistas. O incluso los moros. Ya se sabe, allí donde no llega la Historia, llega la leyenda. Si a eso añadimos la autorepresión de los que elaboraban estas historias, nos encontramos con historias a menudo crípticas donde los detalles y los personajes pasan a nuestro lado embozados e irreconocibles. No quedan más que máscaras simplificadas de los buenos y de los malos.
Coplas como las que narran la Batalla de Corporales, cantares de fugaos como los de Ancares, los de Cerulleda o estos de Casares de Arbas, como las que nos ofrece Tarna en su videoclip, son algunos ejemplos. Unas historias sencillas como el humo de las chimeneas que nos recuerdan que todavía, allí dentro, en alguna cocina, arde un fuego.