La polémica decisión del Consistorio de Cadrete, en la provincia de Zaragoza, de retirar el busto de Abderramán III de la plaza del pueblo ha conseguido indirectamente un efecto que a mí me parece hasta enriquecedor: que personajes históricos de la categoría del califa cordobés lleguen a trending topic en la España del Sálvame Deluxe.
Parece ser que el nuevo equipo de gobierno ha asumido, junto a una parte de la población cadretana, que el tal Abderramán era un forastero despreciable que atacó la población y ha decidido retirar la escultura. Así que enfrente han tenido que salir voces que pusieran un poco de sentido común. Es absurdo que un conflicto de intereses señoriales entre el caudillo andalusí y la familia rebelde de los Tuyibíes durante el siglo X, en el pueblo zaragozano, desemboque en un alarde de presentismo por el que se reparten carnés de buenos y malos. Todo ello aderezado con prejuicios históricos e incluso étnicos por el que los musulmanes no podían ser parte del nosotros, sino extranjeros, con todo lo que eso significa.
Como digo, a partir de la noticia, los medios se han hecho eco de un debate sobre los símbolos con los que tradicionalmente ha jugado la Historia de España. Que si la importancia del cristianismo como configurador de la idea nacional, que si la lente de un racismo que distorsiona el lenguaje con el que contamos la historia (los pueblos del norte llegan mientras que los del sur invaden u ocupan). ¿Por qué un caudillo como Abderramán, descendiente de generaciones ubicadas en la península ibérica durante siglos, no puede ser tan español como los reyes cristianos? ¿Qué malicia se esconde detrás del relato tradicional de la Historia de España que hoy muchos defienden sin que se les caigan los palos del sombrajo?
Está claro que la forma en que contamos la historia responde a intereses del presente y a la forma en que queremos entender y proyectar el mundo. Y si no que se lo pregunten al reciente presidente de las Cortes de Castilla y León que, en un acto de malabarismo dialéctico, las ha proclamado herederas de las cortes de Alfonso IX sin despeinarse. Pero tampoco hace falta ir muy lejos; en pocos sitios se ha abusado tanto del presentismo como en León identificando esta tierra (en un alarde de simplicidad) con un solar medieval amalgamado por ser la propiedad de un magnate.
Sin embargo también es ingenuo pensar que puede haber sociedades políticas sin identidad. Para que una sociedad funcione tiene que estar unida por lazos, lazos basados en los símbolos con los que esta se cuenta, símbolos que no dejan de ser construcciones o incluso actualizaciones de la historia y de la tradición. Es inevitable. Pero si es así que estamos abocados a construirlos, lo que sí podemos elegir son los valores que los sustentan. Y valores como la exclusión, el racismo o la imposición no parecen ser los mejores.