Abrimos la puerta de la ermita de la Virgen del Villar y se ilumina una pared llena de fotografías. Un montón abigarrado de imágenes que los habitantes de Carrizo han ido colgando allí durante más de cien años. La vista poco a poco se acostumbra a la oscuridad del templo y van apareciendo ante nuestros ojos, colgadas de listones de madera, sonrisas de primera comunión junto a jóvenes en traje militar. Antiguos daguerrotipos con hombres de bigote retorcido y codo apoyado en columna de escayola. También retratos de aquellos sacerdotes con sotana y bajo teja, en blanco y negro, al lado de coloridas instantáneas de parejas de recién casados en exóticos paisajes con palmeras. Son imágenes que resumen la vida de las gentes de un pueblo durante más de un siglo. Imágenes que pasan todo el año escondidas a la sombra, tras las paredes blancas de una ermita que apoyada en una ladera domina de un vistazo la vega del río Órbigo, desde los riscos de la Cordillera Cantábrica hasta los amplios campos del Páramo leonés.
Quizás la romería que sube desde Carrizo hasta esta ermita, cada martes de Pentecostés, sea una de las más populares de la provincia de León. Pendones, arcos de flores, músicos, carros y danzantes la hacen especialmente colorida cuando atraviesan los campos que hay entre el pueblo y la cuesta de la Jadina donde está el templo. La fiesta se alarga hasta la tarde con bailes y ritos frente a la patrona en la explanada junto a la ermita. Sin embargo, a mí siempre me llamó la atención un acto mucho más modesto y espontáneo que normalmente pasa desapercibido. Durante la jornada, los romeros pasan al interior del templo y, como otra romería más íntima y humilde, circulan frente a las fotografías reconociendo a vivos y muertos, recuperando la memoria de los vecinos que están y de los que se fueron.
Realmente no es que sea un acto muy original. Desde la más remota antigüedad, muchas culturas han colgado en sus lugares sagrados estatuillas votivas, tablillas pintadas, representaciones e imágenes que los fieles ofrecían a la divinidad buscando amparo y protección unas veces y dando las gracias otras. Exvotos que son las palabras de un idioma destinado a comunicarse no solo con los dioses, sino también con el resto de la comunidad, llevando una parte de nuestra intimidad al lugar común del templo compartido. Como si fuese ese álbum familiar que abrimos en las ocasiones especiales.
Ahora que regresa el verano al almanaque, volverán como en Carrizo las romerías al resto de nuestra geografía. Convocarán a los de aquí y a los de allá. Muchos llegarán desde lugares cada vez más lejanos para sentarse junto a los que quedan y contemplar juntos el álbum familiar. En estos tiempos de despoblación y abandono, estos actos quedan como pequeños lugares de resistencia. Una resistencia que mantiene a la comunidad en pie antes de que la despoblación y el olvido se apoderen de nosotros.