La carrera que ha emprendido Candín en favor de renombrarse como Ancares ha levantado una polvareda que ha llegado lejos, pero que en realidad siempre había estado presente en el malestar callado de las gentes de un valle que ha entregado su nombre a una marca de éxito, un éxito del que quizás ellos hayan sido los menos favorecidos.
Río, valle, sierra o comarca, el nombre de Ancares ha sido la historia de un topónimo en expansión. Nada nuevo si pensamos en otros muchos. Nombres como Castilla o el mismo Bierzo han jugado siempre al caballo ganador, imponiéndose sobre tierras cada vez más amplias. Al fin y al cabo, esa es la historia de los nombres de lugar, una historia fascinante donde los nombres compiten por el espacio, a veces triunfando, a veces, también, siendo derrotados, arrinconados e incluso desapareciendo.
La historia de la denominación Ancares es particularmente interesante, si tenemos en cuenta que, no hace tanto, el término ancarés era incluso peyorativo. Circunscrito al valle por el que discurre el río del mismo nombre, las condiciones de aislamiento secular de la zona y su atraso económico llevaron a que los habitantes del lugar fueran conocidos por su pobreza, incluso entre los valles vecinos. No hace tanto, hubiera resultado irónico que lugares cercanos aceptaran que se les conociera con tal denominación. No hay que irse muy lejos; la comarca anexa de Fornela, comarca con la que Ancares ha mantenido cierta rivalidad ancestral, hoy en día aparece dentro de esa amplia denominación que les ha llegado desde las tierras de los vecinos. Y no se pueden encontrar caracteres más diversos estando tan cerca. Los ancareses dentro del dominio lingüístico gallego-portugués mientras que los furniellos dentro del asturleonés. Los segundos, intrépidos comerciantes, los primeros dedicados a la agricultura tradicional.
Pero las paradojas de la fortuna llegaron un día y la situación cambió de golpe. Llegaron proyectos y fondos de recuperación y el nombre comenzó a aparecer en muchos titulares. Reservas de caza a ambos lados de las fronteras provinciales, declaración de Paisaje Pintoresco o Espacios Naturales Protegidos de Castilla y León se fueron adaptando a un espacio cada vez más laxo, quizás confundiéndose con la “Sierra de Ancares”, un término geográfico, erudito y de gabinete, del que no se conocen rastros más allá del siglo XVIII.
Hoy, Ancares, Los Ancares, Os Ancares, con ese artículo que delata su complejidad, su caleidoscópica realidad actual, se ha convertido en un lugar tan ambiguo que corre el riesgo de convertirse en nada. Candín se ha dado cuenta. Su lucha por reafirmar la denominación de su valle es una lucha por su identidad. La misma que haría cualquier individuo por la defensa de su nombre. Ese nombre que nos define y sin el cual, probablemente, no seríamos los mismos.