Miramos las calles vacías desde las ventanas, descubrimos los rostros de vecinos que llevaban años habitando tras los balcones del otro lado de la calle, sospechamos con inquietud de las manillas de las puertas. Vivimos una distopía de la que no sospechábamos un mes atrás. Y no sabemos hasta cuándo.
Dice la resignada expresión popular que nunca llovió que no escampó, magro consuelo. Sin embargo, frente a la inconsistencia de lo que nos queda por venir nos queda el recurso de mirar atrás. Saber que hubo tragedias y zozobras, pestes y guerras, que pasaron por las calles plagas y turbas de asesinos, y que nos levantamos.
Quedan para el recuerdo momentos de zozobra. Aquellos, por ejemplo, en torno al fin del primer milenio, tiempos de funestas invasiones. Oleadas de hombres del norte rompiendo contra las costas de tristes aldeas atlánticas. Fueron también los tiempos de las innumerables campañas de Almanzor, pensadas para hacer cundir el terror a lo largo de estas míseras tierras del norte, sombra chinesca de un califato todavía glorioso.
Eran latigazos funestos, uno tras otro, un grito de dolor y una bocanada de oxígeno. Aquel noroeste austero corría por los montes escapando para bajar a los valles de nuevo una vez alejado el enemigo. Recomponer murallas, reconstruir aldeas, recuperarse.
De cenizas se hizo un reino de León. Aquel reino de los fueros de Alfonso V, el rey que se atrajo a los habitantes a sus valles y ciudades a fuerza de derechos y libertades. Fue también a fuerza de pactos necesarios que se reconstruyó una sociedad que estaba llamada a organizar un futuro más próspero, con un horizonte más estable y duradero. Que así parece que se salió de todas las crisis, dando la mano al caído, tirando de él, levantándose. Así lo demostró un reino de León que por aquellas arrancaba; el de los fueros de entonces, el de las cortes de luego, el de los pactos.
No deja de ser el pasado fuente de un mísero consuelo. Lo que quedan son los ojos tras los visillos, los pasos acelerados en las calles, los cuerpos que salen al caer de la tarde al refuerzo de la presencia de otros cuerpos en los balcones. Que lo dice en silencio el pasado, pero lo dice. Que salir se sale, de la mano de esos otros que nos miran desde el otro lado de la calle y que desde hoy sentimos, aunque sea unos centímetros, un poco más cerca.