Después de un 2020 marcado por las reivindicaciones autonomistas leonesas, el nuevo año se presenta con dos efemérides que apelan directamente a la concepción y representación del territorio regional leonés: el segundo centenario de la creación de la Provincia del Bierzo y el quinto de la derrota de los Comuneros en los campos de Villalar.
Este último acontecimiento ha sido especialmente polémico en León desde la Transición. El movimiento castellanista lo tomó como uno de sus símbolos más importantes, y su celebración cada 23 de abril ha provocado desde la indiferencia hasta el rechazo por parte de la sociedad leonesa.
Sin embargo, la celebración de un día regional de Castilla se remonta a momentos muy anteriores a los de la Transición. Ya en 1923 nos encontramos con una propuesta de celebración en la revista vallisoletana “Castilla la Vieja”.
Eran los primeros días de la Dictadura de Primo de Rivera y el general, que había llegado al poder a consecuencia, en gran parte, del movimiento catalanista, hacía suya, sin embargo, una de las banderas del Regeneracionismo: para acabar con la lacra del caciquismo que se imbricaba en el tejido territorial, se proponía reformar administrativamente el Estado deshaciendo las provincias y formando amplias regiones en un número aproximado de una docena.
Por toda España se movió ficha. Las fuerzas vivas y la prensa de todos los territorios de España hacían campaña para la formación de las nuevas regiones. Así, el periodista de Urueña, Ángel Lera de Isla y el bejarano Florentino Hernández Girbal lanzaban desde Valladolid la propuesta de la celebración de un Día de Castilla que a partir de entonces se convirtiera en anual y que sirviera para unir a las “once provincias castellanas”.
Concebían una región compuesta por las actuales provincias de Castilla y León a las que sumaban Santander y la Rioja, una idea de Castilla que contrastaba con una retórica imperial en la que incluían como castellanos a Colón y a Pizarro, y también con la fecha que proponían para celebrarla: el dos de enero, data de la toma de Granada en 1492, una fecha en la que el reino nazarí se incorporaba a una Corona de Castilla que incluía territorios desde la propia Granada a las costas de Galicia.
Periódicos de toda España y en especial de las provincias apeladas se hicieron eco de la propuesta. Desde Santander a Salamanca, pasando por la Rioja y por Zamora hubo adhesiones a la iniciativa, a menudo de gran entusiasmo, a una fiesta que se llegó a comparar con la Diada catalana.
Contrastaba, sin embargo, la respuesta que se hizo desde la provincia leonesa. Embarcada en una campaña por una región leonesa, la prensa legionense dedicó al particular una columna el 7 de noviembre desde donde se reivindicaba otra forma de entender esa fiesta: “Pero… ¿y León? ¿No es el llamado a compartir esas glorias, ya que fue la cuna de Castilla y Castilla y León tuvieron reyes propios, Castilla y León gestas áureas, Castilla y León siempre hermanados, nobles y levantados ideales sobre los que asentaron la base del imperio en que el Sol no se ponía? ¿Por qué ese postergamiento aparente de León?”