Fue a finales del siglo XVIII. Un jovencísimo James Macpherson, el hijo de un humilde granjero escocés, comenzaba una obra que iba a llevarle gran parte de su vida: una gigantesca recopilación de baladas populares escocesas. Para ello, recorrió las plomizas tierras altas de Escocia, visitó sus aisladas islas e inaccesibles montañas y recogió muestras de la literatura oral de aquellas apartadas aldeas para, a su vuelta a Edimburgo, publicarlas en celebradísimas antologías. Aquellas obras encontraron un eco extraordinario en una sociedad que comenzaba a poner en valor lo autóctono frente a una cultura clásica y universal, basada en los referentes griegos y romanos.
Dicen que fue quizás en esta época cuando comenzó una mirada sobre el pasado distinta, una visión maniquea. Era el surgimiento de las nuevas naciones y, en su avance, no solo se buscaron monumentos literarios, también muchos se lanzaron al campo para, pico y pala en mano, comenzar a excavar en busca de otros monumentos hechos en piedra. Era cuestión de contraponer lo local, lo auténtico, frente a una cultura ideal e invasora. Era cuestión, también, de otra idealización; la de los nuevos países y regiones que aparecían como entes prístinos e inalterados desde el origen de los tiempos.
Me hace notar todo esto el amigo Andrés Menéndez, arqueólogo y buen conocedor de este noroeste ibérico. ¿Hasta qué punto no condicionan nuestra visión de nuestro pasado esos marbetes creados a través de los tiempos? Véanse los ástures, véanse los galaicos y vacceos, véase esa etiqueta de etiquetas pintada del color con el que se pinta el Reino de León. Y es que no hay que olvidar el enfoque de la arqueología. Esa mirada que baja al suelo, que se sumerge en la cultura cotidiana de las gentes que pasaron por la historia con la cabeza gacha ajenos a una uniformidad que llega desde el futuro. Andrés y muchos arqueólogos lo saben bien. En sus trabajos han podido constatar una diversidad compleja de evidencias en el espacio y en el tiempo. Son datos materiales que podrían ayudar a contrastar la historiografía tradicional y darnos una visión mucho más matizada de nuestro pasado. Sin embargo, a pesar de anuncios como el que recientemente ha hecho el Instituto Leonés de Cultura sobre los trabajos que van a comenzar en el yacimiento de Lancia, las investigaciones arqueológicas en León son muy escasas comparadas con otros territorios de nuestro entorno. Mientras esto no se corrija, nuestro conocimiento de la Historia seguirá siendo parcial, incluso, muchas veces, heredero de los románticos tiempos de Macpherson.