Hablando de los planes para el fin de semana, un amigo me recomendaba junto a un café salir al campo para disfrutar del sugerente paisaje otoñal; esas peñas barnizadas por la lluvia, las hojas secas, las sombras melancólicas de los tempranos atardeceres de noviembre. Tras la vitrina de un bar en el centro de León, sus palabras se me antojaban las de un explorador victoriano a punto de salir en busca de las fuentes del Nilo. Salir al campo. Acudir en busca de lo exótico, lo ajeno, lo que está más allá de las fronteras de lo fácilmente comprensible.
Pienso en Wordsworth. William Wordsworth fue un poeta inglés al que se considera precursor del Romanticismo. Escribió a caballo de los siglos XVIII y XIX, a caballo entre el tradicional mundo campesino y una Revolución Industrial que entraba a galope tendido en los campos de la Historia. Sus poemas quisieron ser el contrapunto de ese mundo maquinista y salvaje, así que encontró en la naturaleza su inspiración. El lenguaje de los inocentes campesinos, aún no contaminados por las fábricas de las ciudades, inundó sus versos.
Tampoco fue el primero. Desde Teócrito pasando por Virgilio, Florián, Garcilaso de la Vega, Tomás Moro o Fray Luis de León se había cultivado una corriente estética destinada a hacer del campo un lugar para la nostalgia. El Quijote hablando a los pastores. El Menosprecio de corte y alabanza de aldea de Fray Antonio de Guevara. El campo se convirtió en concepto, lo rural en un espacio al que acudir en busca de las esencias que las modernas ciudades habían proscrito. El campo como recurso de la imaginación, un campo que para la práctica totalidad de los seres humanos había sido el único espacio de la realidad desde el mismo comienzo de su existencia. Los herederos de Wordsworth tampoco fueron pocos. El paso del concepto al objeto solo necesitó del impulso capitalista para hacer del campo paisaje, un decorado con el que ocultar el expolio a unos campesinos que perdieron la batalla del relato.
Salir al campo. Todavía resuenan en mis oídos las palabras de mi amigo y tras su cabeza, en una pantalla de plasma resumen las conclusiones de la XXX Cumbre Hispano Portuguesa. Cuentan que uno de sus objetivos es combatir la despoblación. Una noticia más en el torrentoso reguero de las buenas intenciones con las que nos bombardean últimamente y que, sin embargo, no parecen conseguir nada. Una voz en off lo explica y, de fondo, se suceden las imágenes de un mundo rural olvidado y envejecido. Palabras e imágenes se me antojan las dos orillas de un abismo insuperable. Un abismo abierto por aquellos que ahora dicen que lo van a salvar con un puente. Ya veremos.