En Fernando III y su «unión definitiva de Castilla y León» aparece una nueva forma de hacer política que tal vez condicionó para siempre la historia de España
Este año se conmemoran los ochocientos años de la coronación de Fernando III el Santo como rey de Castilla. Por este motivo se ha vuelto a reivindicar la figura de este monarca como «unificador de Castilla y León» en algunos de los lugares más emblemáticos de su ascenso al poder castellano. Fernando III fue hijo de Alfonso IX de León y de Berenguela de Castilla, infanta que había transmitido a su hijo sus derechos al trono castellano a la muerte de su hermano Enrique I. Sin embargo, su llegada al trono leonés será mucho más complicada y tardía a pesar de los derechos que adquiría a través de su padre. Para conseguir acceder a este trono, tuvo que enfrentarse a sus hermanastras Sancha y Dulce, las preferidas de su progenitor. Y es que Alfonso IX, el monarca que convocó las famosas Cortes de 1188, había dejado en herencia el reino a las hijas de su primer matrimonio con la infanta Teresa de Portugal culminando una larga trayectoria de enfrentamientos con Castilla que habían ocupado casi todo su reinado.
Hay que recordar aquí que Alfonso IX llegó al poder siendo muy joven, circustancia que le obligó a conseguir apoyos para afianzar su poder. Convocó la Curia Regia de 1188 para recabar ayudas políticas y económicas en el interior y se movió diplomáticamente en el exterior para evitar los ataques de los reinos vecinos que, atentos a su posible debilidad, esperaban su oportunidad para hacerse con territorios leoneses. Portugueses y castellanos se movían a su alrededor como buitres esperando su oportunidad. El primer movimiento de Alfonso IX fue declararse vasallo de su primo Alfonso VIII de Castilla. Sin embargo, el castellano pronto rompió el pacto atacando León y haciéndose con importantes plazas. El rey leonés abandonó entonces el camino de paz con Castilla y puso sus ojos en Portugal para conseguir alianzas y quitarse de encima sus amenzas. Poco después se casaba con Teresa, la hija de Sancho I de Portugal con la que tuvo a sus dos hijas Sancha y Dulce. Pero su jugada duraría muy poco. El papa Celestino III declaraba el matrimonio incestuoso y, por tanto, nulo.
Si seguimos la teoría que defiende el escritor Juan Pedro Aparicio en su ensayo ?Nuestro desamor a España. Cuchillos cachicuernos contra puñales dorados, el monarca leonés se encontrará con que a su enemigo castellano se le une otro mucho más poderoso, el papado que, a partir de aquí, llegará a excomulgarlo hasta tres veces. Según el escritor leonés, Roma en esta época trata de imponerse en la Europa cristiana a través de una política de cruzada que encuentra su apoyo militar en Francia. Sin embargo, en la península ibérica no halla en el reino leonés los apoyos esperados. Esta política de oposición directa entre el cristianismo y el Islam no contaba con tradición en el Reino de León, que generalmente había sido más aperturista. No olvidemos, por ejemplo, que uno de los antepasados de Alfonso IX, su tocayo Alfonso VI, se había proclamado emperador de las dos religiones tras la conquista de Toledo, asegurando el culto a la importante población musulmana que se encontraba en sus conquistas de la mitad sur peninsular. Será, sin embargo, el reino de Castilla el que manifieste una posición más cercana a la buscada por el papado.
Un ejemplo de que esta presunta alianza entre Castilla y Roma cumplirá sus objetivos está en el fracaso de la llamada Liga de Huesca, un pacto entre los reyes de Portugal, Aragón, Navarra y León para frenar la política expansiva de Castilla que se vio frenada ante las amenazas de excomunión al rey leonés por su matrimonio. Incluso fue el papado el que medió entre leoneses y castellanos en el Tratado de Tordehumos de 1194 para que ambos llegasen a un pacto. Fue un paréntesis en la tradicional repulsa de Alfonso IX hacia su primo Alfonso VIII y de allí surgió el compromiso de casarse con la hija de su enemigo, Berenguela. A pesar de ello, la oposición volvería. Alfonso IX dejó el reino leonés a sus hijas para evitar que cayera en manos castellanas. Sin embargo, las maniobras de Berenguela conseguirían que terminara en manos de su hijo Fernando III volcando León hacia el reino castellano, hacia esa política buscada por el papado. Quién sabe si, de no haber sido de esa manera, la tradicional política aperturista y de convivencia del reino leonés hubiera continuado dando lugar a otra historia de España menos marcada por el homegeneizador centralismo castellano.