Diario de León

LA ROMA DEL NOROESTE

La historiografía tradicional ha identificado el Reino de León con la región leonesa. Sin embargo, la vinculación entre lo leonés y un territorio concreto fue problemática durante la época del antiguo reino.

Hace ya casi cuarenta años que, en pleno proceso autonómico, el escritor Juan Pedro Aparicio se quejaba amargamente de la «maldición onomástica» que había caído sobre León. Cualquiera que tratara de identificar León, lo leonés, como uno de esos pueblos que en aquel momento pujaban por encontrar un hueco en esa carrera por la autonomía, caía en una maraña de significados de la que era muy difícil salir. Más allá del León-ciudad, el León-provincia, ¿había una realidad leonesa que pudiera ser definida en términos geopolíticos o regionales? ¿Se podía hablar de una identidad colectiva?

La respuesta pasa para la mayoría de los leoneses por una afirmación meridiana e incuestionable: lo leonés surge de una continuidad histórica encarnada en el Reino de León, una realidad que llega hasta la Transición y que es traumáticamente cercenada por políticos serviles y felones. Sin embargo, como suele suceder con los asuntos humanos, cuando se rasca un poco en su superficie la realidad es algo más compleja. Siguiendo al historiador Sánchez Badiola, el término leonés se nos despliega como un término de una gran plasticidad y a menudo inasible. Las fuentes históricas no nos hablan de un territorio identificable con el reino leonés en la Edad Media, sino de una sede regia situada en la ciudad de León. Regnante in Legione es una intitulación que nos habla del lugar donde residía y desde donde gobernaba el rey. Pero, sin embargo, nada nos cuenta esta noticia de un espacio regional identificado con ese nombre. Galicia, Asturias, Campos, Castilla o Extremadura (el territorio más allá del Duero) sí que aparecen en los documentos medievales como realidades más o menos definidas. Sin embargo, las comarcas que hoy conocemos como leonesas y las del norte y occidente de Zamora pasan por una imprecisión manifiesta. Terra de Foras, Foramonte o Foris Monte son algunos términos con los que se alude a estas zonas que rodean a la capital del reino. Parece que son nombradas por negación frente al resto: son «las tierras de más allá de los montes» de Asturias, de Galicia o de Castilla.

El centro del poder

Parece, por tanto, que el hecho de tener el centro del poder en su seno, hace que, durante la época del Reino en León, esas comarcas de transición entre la meseta y las regiones atlánticas que hoy pertenecen a las provincias de León y de Zamora no desarrollaran una territorialidad definida. ¿Por qué? De momento no hay una respuesta clara. Quizás fueron las regiones marginales del reino las que mantuvieron su identidad por verse alejadas del centro del poder real. Las derivas políticas locales debidas al aislamiento pudieron favorecer la personalidad de estos territorios, mientras que las actuales comarcas leonesas, más cercanas a la capital, se verían directamente relacionadas con las vicisitudes de la misma. Y es que no hay que olvidar que los reinos en la Alta y Plena Edad Media no pueden confundirse con los Estados modernos. Los reyes, si aspiraban a reunir y reunificar ciertos territorios, lo hacían para restaurar antiguas demarcaciones de la Antigüedad. La antigua provincia romana de la Gallaecia (no confundir con la más reducida Galicia) parece jugar un papel fundamental. Si en las fuentes del momento se menciona un territorio más o menos unificador para todos los territorios dependientes de la sede legionense, esta es Gallaecia. Así se referían al reino los musulmanes y así la denominan algunas crónicas autóctonas del momento, como la Crónica Silense donde, en torno a 1118, se denomina a Alfonso V como galleciensium principis. La sede regia funcionaría como un centro desde donde irradiaría el poder real, el imperium, sobre todo el territorio de la antigua Gallaecia, que abarcaba el noroeste de la península ibérica. Una ciudad de vocación imperial como León no trataba de ajustarse a un territorio concreto. Las zonas cercanas se veían diluidas en ella; así lo vemos con Asturias, de indudable personalidad, pero que a menudo también se ve confundida con los territorios vinculados a la capital.

No deja de ser significativo en este sentido que, paradójicamente, sea a partir de 1230, con la unificación de los reinos de León y Castilla y el traslado de la sede regia fuera de la capital leonesa, cuando León aparezca por primera vez definido territorialmente como una unidad administrativa clara. Como merindad mayor y como Adelantamiento, unidades destinadas a administrar un territorio que, a partir de ese momento, ya está alejado de los núcleos de poder.

Publicado originalmente en el Diario de León