Para muchos, esta batalla está asociada al fin de la dinastía asturleonesa y a la primera unión de los reinos de Castilla y León bajo Fernando I. Sin embargo, nada de esto es cierto
Fue durante uno de estos días que frisan agosto con septiembre. Corría el año 1037. Junto a la localidad burgalesa de Tamarón, en el valle del arroyo de Penillas, o Sanbol como aparece en la mayoría de las referencias, se enfrentaron un ejército leonés y una coalición castellano-navarra en una de las batallas mas decisivas de la historia leonesa. En ella se enfrentaron el rey leonés Bermudo III y su cuñado, el todavía conde castellano Fernando. Y es que, tras su victoria, este último terminaría por colocar sobre su cabeza la corona leonesa.
En aquel momento, ambos caudillos rozaban los veinte años. Su juventud apenas les había permitido asomar la nariz a la historia. De Bermudo apenas se conservan un pequeño puñado de documentos y de Fernando, hasta aquel momento, pocos más. En realidad, ambos heredaban una situación que había marcado uno de los personajes mas misteriosos de la historia de España: Sancho Garcés III, el padre de Fernando.
Sancho Garces habia muerto dos años antes, en 1035. Aunque la documentacion sobre él es escasa y enigmática, sabemos que su reinado fue sin duda el de mayor esplendor del reino de Pamplona. Tanto es así que su influencia se dejó notar en todos los territorios cristianos, desde los condados catalanes a los confines del Reino de León. Y todo esto a pesar de que había heredado un reino bastante menguado territorialmente. No hay duda, no obstante, de que además de la propia habilidad de Sancho, las circunstancias le fueron favorables. En León, poco antes, había muerto Alfonso V dejando a su hijo, el mentado Bermudo —en la imagen que acompaña a esta crónica—, como heredero a la tierna edad de once años. Ante esta situación de debilidad, Sancho no perdió la oportunidad de tomar la tutela del reino leonés. Incluso llego a intitularse rey de León a partir de 1032, aunque parece que simplemente como regente de Bermudo. También se convirtió en heredero del condado castellano al estar casado con la única heredera al mismo: Muniadona. Con la noble castellana engendró al otro contendiente de la Batalla de Tamarón: a Fernando, que heredaba así los derechos sobre el condado de Castilla. Por si fuera poco, su padre se había encargado de casarlo con la hermana de Bermudo, la leonesa Sancha, asegurando así sus derechos sobre el reino de León.
Y es con esta situación que tenemos a Bermudo y a Fernando frente a frente en ese valle del arroyo de Penillas. Los análisis efectuados al cadáver de Bermudo, enterrado en el Panteón de San Isidoro, confirman la terrible muerte del mismo. El rey leonés contaba con un caballo, Pelayuelo, de extraordinaria velocidad, al que no dudo en lanzar sobre sus enemigos pillando desprevenidos a sus propios hombres. Cuando los nobles leoneses quisieron reaccionar, ya era demasiado tarde. El rey, en solitario, se encontraba rodeado de enemigos que lo abatían causándole la muerte con más de cuarenta lanzadas.
Momento decisivo
A partir de este momento, Fernando reclamará sus derechos al trono leonés como marido de la hermana de Bermudo. Este acontecimiento ha hecho que en ocasiones se haya considerado a Fernando como primer rey de Castilla y León, haciendo ver que este ya era rey de Castilla en ese momento decisivo de la batalla de Tamarón. Sin embargo, nada tiene que ver con la realidad. Serán las crónicas posteriores las que lo harán aparecer con esta condición en una maniobra propagandística destinada a legitimar con antigüedad el trono castellano.
Otro tópico asociado a esta batalla de Tamarón es el de considerar que cambia la dinastía asturleonesa, aquella que se remontaba al rey Pelayo, por la llamada dinastía navarra. Un tópico más arraigado a un tradición historiográfica bastante machista, si consideramos que es la reina Sancha, mujer de Fernando, la que conserva el linaje. No hay que olvidar, además, que esta reina aparecerá en la documentación, e incluso en representaciones iconográficas, casi a la par de su esposo como si, en cierta manera, anticipase la singularidad del Tanto monta, monta tanto de la época de los Reyes Católicos.